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Un país de cuatro años

19/07/2017

por Flory Cordero Meléndez

 

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19 de julio, 2017  /  Mauro Fernández

opinion@laprensalibre.cr

Los países dejaron de ser aldeas, pueblos o comunas y se han convertido en verdaderas corporaciones que requieren de una enorme efectividad para poder progresar. No importa si es un país pequeño o un país grande, así como tampoco importa que una empresa sea grande o pequeña. La clave del éxito reside en la efectividad de sus gestiones.

Como ocurre en cada empresa, cada país maneja una serie de lineamientos específicos que determinarán el éxito empresarial. Hoy más que nunca se le asigna una importancia capital a la experiencia de los ejecutivos, directores y gerentes con respecto al quehacer cotidiano de la empresa.

Hoy se considera inadmisible que los líderes de una compañía nunca hayan pasado por un puesto de atención al público, no dominen el “teje y maneje” del engranaje de la empresa, desconozcan el seno mismo de las oficinas y no hayan tenido la oportunidad de empaparse “de la vivencia de trinchera”. Hoy este conocimiento es un requisito indispensable para guiar los destinos de una corporación. Hoy se le atribuye una especial relevancia a esa experiencia en el ramo, por encima de muchos otros atestados.

Quizás esta sea la razón por la cual muchas gestiones gubernamentales no llegan a buen puerto. Todavía tenemos la costumbre de ver en los puestos públicos parte del “botín electoral” con el cual se debe recompensar a los “fieles de campaña”. La desventaja es que, en muchas ocasiones, si bien las personas nombradas tienen algunos atestados, carecen por completo de ese conocimiento necesario en las instituciones públicas.

Es entendible que las cabezas de diferentes dependencias gubernamentales sean “gente de confianza”. El problema se presenta cuando, en cada institución, quienes ocupan los puestos más importantes y, por ende, más remunerados, se nombran obedeciendo parámetros políticos más que por credenciales y experiencia.

Lea: Pensiones y bocones: el futuro incierto

Debido a la brevedad de nuestras Administraciones, de escasos cuatro años, justo cuando estos personeros comienzan a entender los detalles de su cargo y a “hacer espuela”, son relevados por la siguiente Administración. Así, se empieza de nuevo con el acostumbrado reparto del botín político, y la dirección de las instituciones gubernamentales queda otra vez tierna e imberbe.

Cada cuatro años, los trabajadores de las diversas instituciones estatales observan cómo alguien ajeno a la institución, un auténtico desconocido, toma las riendas. En otras palabras, cada cuatro años un desconocido, que a su vez desconoce la institución, es el líder que guiará su rumbo por cuatro años. Se dice en pasillos que los puestos políticos son pedidos por los adeptos al partido siguiendo el monto salarial. Es decir, cada uno busca el mejor ingreso, aun cuando el trabajo le resulte ajeno o insulso, pues en muchos casos solo importa el ingreso. A veces, en media Administración, si queda una vacante más remunerada en otra institución, mueve sus influencias para solicitar ese nuevo puesto, que también desconoce.

De igual manera, cuando el mismo partido continúa en el poder, es común que a quien estaba allá lo pasen para acá y a quien estaba acá lo pasen para allá. Algo así como una mejenga de pueblo, en la cual en la primera parte soy portero y en el segundo tiempo salgo de delantero. La improvisación estatal ha sido la norma en muchas áreas del país.

Si fueran empresas, de seguro quebrarían. Ninguna entidad soporta el precio de la improvisación. Ninguna entidad sobrevive sin planes a largo plazo. Ninguna corporación resiste la ausencia de continuidad en el control de gestión. Ninguna corporación sale a flote si cada cuatro años empieza de cero, si cada cuatro años cambia de rumbo. Sobran razones para entender por qué, como país, no levantamos cabeza.

Es entendible que las áreas estratégicas del Gobierno estén copadas por personal de confianza, pero estas entidades a lo sumo se cuentan con los dedos. El resto de instituciones deben ser resistentes a los cambios de Gobierno. La mayoría de las instituciones debe tener planes a largo plazo que no sean interrumpidos o descontinuados cada cuatrienio.

Esto traería una ventaja adicional. Si damos estabilidad a las cúpulas institucionales, estas no tendrían que optar por agradar al político de turno ni tendrían que ser sumisas y obedientes a los dictados apresurados de algunos gobernantes. Se podría llevar las riendas de las instituciones sin estar viendo sus repercusiones electorales. Sobra con mencionar el ejemplo de la crisis en el sistema de pensiones: según han destacado muchos eruditos en el tema, no se aplicaron las medidas que se debieron tomar hace algunos años, precisamente por una especie de cálculo electorero, el cual no contempló una visión a largo plazo.

No podemos seguir siendo “un país de cuatro años”. No podemos seguir teniendo planes solo a corto plazo. No podemos, como nación, tener sueños pequeños, ambiciones pequeñas y obras pequeñas. Desde la transnacional más rimbombante hasta la venta de tacos de la esquina, quebrarían con una visión tan cortoplacista.

El plan vial nacional, el manejo de los recursos hidroeléctricos, los planes reguladores de vivienda y urbanismo, las políticas de salud, el sector agrario, el área de la pesca, las políticas educativas, la gestión de las energías renovables, el manejo de la seguridad social, entre muchos otros, requieren con urgencia planes a largo plazo que no respondan a los intereses políticos del momento, sino que sean ejecutados por peritos y expertos, con el fin de marcar el rumbo idóneo para el país.